El sol se pone en el puerto de Mesina (Sicilia). Sopla una ligera brisa. Aun así, las sesenta galeras venecianas del superintendente Marco Querini se valen de sus remos para entrar en la rada. Estas naves han venido desde Creta al punto de encuentro de la mayor armada jamás reunida por potencias cristianas. En su estela, desde la mole del puerto, los soldados de guardia observan, difusa, una galera con el casco negro.