En Tenerife, la tradición vinícola se vive de manera única gracias a los guachinches, esos espacios humildes y acogedores donde la esencia de la isla se percibe en cada sorbo de vino y en cada plato casero. Su origen se remonta a mediados del siglo XX, cuando los pequeños viticultores del norte —especialmente en municipios como La Orotava, Santa Úrsula y La Victoria— comenzaron a abrir las puertas de sus casas y bodegas para dar salida al excedente de vino de sus cosechas. No era un negocio al uso, sino una prolongación natural de la vendimia: un espacio doméstico donde se recibía a vecinos y conocidos para degustar el vino nuevo acompañado de algo de comer, generalmente un plato sencillo preparado con productos del entorno.