Unas memorias tan intensas como irrepetibles, como beberse el Studio 54 a pequeños sorbitos. A través de los ojos y la mente abierta del compositor, conocemos el Greenwich Village de los 60, recién llegado a Manhattan. El Nueva York del cantautor es una ciudad mágica llena de posibilidades: fiestas llenas de humo y drogas que acaban al amanecer; despertares literarios; amores pasajeros y amistades inquebrantables. Sabíamos que Dylan era un mago de las palabras, pero ni siquiera él hubiese esperado recibir el Nobel de literatura en 2016.