Después de entregarse a los ingleses, Napoleón fue deportado a Santa Helena, una isla aislada en el Atlántico Sur, el 31 de julio de 1815. En una mansión medio derruida en lo alto de una meseta, rodeada por acantilados que hacían imposible un intento de escape, vivió los seis últimos años de su vida, junto con algunos amigos y sirvientes fieles. En su última morada, leyó, escribió sus memorias, dio fiestas, tuvo una amante, y también fue víctima de los maltratos de Sir Hudson Lowe, el gobernador de la isla, a quien Bonaparte llamaba “mi carcelero” y al que se complacía en irritar.