Tras el suicidio de Nerón, en el año 68, en lugares recónditos del imperio aparecieron algunos impostores que aseguraban ser el emperador, porque, como escribió el pensador Dion Crisóstomo, “todo el mundo querría que estuviera vivo todavía”. ¿Cómo es posible que ese personaje que ha pasado a la posteridad como uno de los grandes villanos de la historia fuera añorado por tantos romanos? La respuesta es que tal vez la imagen que ha llegado hasta hoy fue distorsionada por sus muchos y poderosos enemigos. Los mismos que no dudaron en culpar de las peores monstruosidades a las mujeres de su corte, cuando lo cierto es que, en un mundo abrumadoramente misógino, ellas fueron verdaderos animales políticos.