Llevan gorras, camisetas, cámaras de fotos. Hablan una babel de idiomas distintos del quechua; algunos han sobrevolado océanos para llegar hasta allí. Casi ninguno es de sangre real. Pero cada uno de los 2.500 visitantes diarios de Machu Picchu tiene algo en común con Pachacuti, el soberano inca que probablemente fundó la ciudad. Todos están de vacaciones, y todos han escogido uno de los parajes naturales y arquitectónicos más impresionantes del mundo para pasar sus días de ocio.