Hasta no hace mucho, un matrimonio real en Europa no se consideraba válido hasta que no se hubiera consumado. Un proceso largo y prolijo precedía al enlace propiamente dicho. Tras las oportunas negociaciones entre cancillerías –puesto que habitualmente los contrayentes eran de distintas cortes–, se llevaba a cabo el llamado matrimonio por poderes. Un pariente o un noble de alta alcurnia se desplazaba hasta la corte de la contrayente y ocupaba el lugar del novio durante la ceremonia. Luego, en la alcoba real, debía apoyar un brazo y una pierna o tenderse sobre el tálamo para, simbólicamente, consumar el matrimonio.